Cada vez que iba al Corral de la Pacheca, había un "Chivi" distinto, pero yo pensaba que siempre era el mismo. Más grande, más pequeño, con manchas,... a mí me daba igual, era "Chivi", eso al menos me decía mi abuelo, y con eso me bastaba.
Cuando me hice mayor comprendí que luego el "Chivi" se hacía grande y nos lo comíamos el Domingo de Resurrección.
Entre juegos, veíamos al borrego convertirse en chuletas. Se desangraba, despellejaba, y despiezaba. Para nosotros era normal, primero lo acariciábamos y luego nos lo comíamos, sin solución de continuidad.
Ahora pienso en todo aquello y creo que nuestros mayores nos dieron importantes lecciones de respeto y de responsabilidad.
fotos: Archivo Familiar HBV.